QUIBDÓ: ENTRE EL DOLOR, LA RESISTENCIA Y EL TEMOR

Quibdó: entre el dolor, la resistencia y el temor

 

Por Nadia Orozco

Este texto hace parte del Especial de temporada: Postal desde Quibdó. Un documental para retratar a los artistas que resisten a la violencia que amenaza al territorio. 

 Mira la primera parte AQUÍ, o nuestro canal de YouTube.  

 

Nada, la vida de los negros no importa nada

Lo primero que dicen es: "andaban en cosas raras"

Como Jean Paul, Jair, Léyder, Álvaro y Fernando

Somos víctimas del sistema y el abandono del estado

Pero el pueblo no se rinde carajo”

“Quién los mató”, Hendrix, Junior Jein, Nidia Góngora, Alexis Play.

 

 

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El sol de las cinco de la tarde hace que el río Atrato refulge. Sobre esa superficie tornasolada, aparece una canoa llena de plátanos y a su paso el motor va haciendo figuras en el agua, estremeciendo la aparente calma de esas aguas esmeraldas. Quien la maneja va campante, sin saber que está haciendo parte de una postal sublime.

Pero esa imagen vívida y colorida, desentona con la realidad de Quibdó, capital del departamento del Chocó y un municipio que hoy palidece y se estremece de dolor a causa de una oleada de violencia que está matando a cientos de jóvenes.

Es 30 de octubre de 2021 y decenas de personas están abarrotadas en la Carrera Primera. No se trata de una celebración de día de las brujas, sino del primer ritual de duelo colectivo que tienen las familias que han perdido a sus hijos en los últimos meses. “La galería de los sueños apagados” es el diciente nombre con que se bautizó al evento.

Dos hileras de fotografías en blanco y negro se situan sobre caballetes improvisados a ambos lados de la calle. Es difícil pararse frente a esos retratos, mirarlos fijamente y no sentir el lacerante vacío de la incertidumbre y preguntarse por lo que pudo ser, por lo que pudieron ser.

 

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Todas las fotos por Camilo Rozo

 

Las personas se amontonan para ver estos retratos, mientras de fondo sus familiares se rotan un micrófono para compartir los recuerdos, para lamentarse o para expulsar la rabia acumulada a lo largo de los meses. Es un acto de protesta, sí, pero también es una ceremonia para acompañarse en ese desconsuelo que sigue creciendo, porque saben que el día de mañana esos retratos van a aumentar.

 

¿El no era de tu curso? le pregunta una niña de unos 15 años a otra. Trata de no llorar, pero el dolor le gana y termina por soltar unas lágrimas que seca rápidamente con su antebrazo, como si el llanto no fuera permitido. En la pregunta se delata una naturalidad estremecedora, pareciera que lo común fuese llevar el conteo de los pupitres que se vacían cuando un compañero pisa el barrio equivocado.

 

La violencia en la que se ve sumido el territorio no es una noticia nueva, ha sido una constante durante años, solo que con el tiempo se han ido acumulando las víctimas, el suplicio, la impotencia y el olvido por parte de las instituciones. Según informe del Centro de Estudios para la Seguridad y Drogas de la Universidad de los Andes son varios los factores que derivan en delito: la minería ilegal, el desplazamiento forzado, la pobreza, la baja escolaridad y desempleo, débil presencia del estado, la concentración de grupos al margen de la ley, entre otros.

 

“Había mucho miedo ayer porque nosotros también estamos expuestos. Pero da más miedo no hacer nada, quedarse en una zona de confort dejando que las cosas pasen. Es que si no es ahora, ¿cuándo?”, reflexiona Katherin Gil sobre la Galería de los sueños apagados.

 

Katherin es abogada, directora y cofundadora de Jóvenes Creadores del Chocó, una organización que nació en el 2008 para entender el arte como un vehículo transformador en Quibdó y cuyo objetivo es entregarle el poder a las juventudes para administrar sus espacios, posicionar narrativas a través del arte y generar entornos protectores desde la práctica artística.

 

Precisamente uno de los actos de la Galería de Sueños Apagados fue un performance en el que miembros de la organización evidenciaban a través de la danza y el teatro las crueldades e injusticias que viven. Mientras 30 jóvenes se enfilaban y levantaban el puño, una mujer en compañía de un niño encarnaba a una madre que pierde a su hijo. El llanto de los espectadores era inevitable, todos sabían que no se trataba de una puesta en escena, de una ficción, sino de la representación de un día normal en Quibdó.

 

“‘Nada, la vida de los negros no importa nada’, dice Junior Jein en su canción Quién los mató. Eso es lo que estamos sintiendo y es algo que no es de ahora, es algo que lleva décadas. No es justo vivir de la forma en que vivimos, no aguantamos más”, dice Katherin con el ahínco que merece cada una de las palabras que pronuncia.

 

Mientras que en la mayoría de ciudades los homicidios bajaron en la pandemia, en 2020, Quibdó reportó una tasa de 124 homicidios por cada 100.000 habitantes, cinco veces mayor al promedio nacional. Más del 50 % de las víctimas de esos homicidios, según datos oficiales, eran menores de 30 años.

 

“Estaba visitando a un amigo y se pasó de la hora”, “estaba llevando un domicilio” o “simplemente estaba pasando por ahí”, esas son algunas de las historias que se tejen alrededor de las muertes de jóvenes y es así cómo funcionan las fronteras invisibles que hoy azotan a Quibdó. Son estrategias violentas para ejercer el control de territorio e involucran a diferentes actores que se disputan la autoridad.

 

En abril del año pasado una noticia estremeció a los medios de comunicación: “Niños asesinados a machetazos habrían cruzado fronteras invisibles”, decía el titular de El Tiempo. Los tres niños, de 17, 12 y 11 años de edad habían estado trabajando todo el día como recicladores y a eso de las 9:30 de la noche se dirigían para sus casas cuando se cometió el asesinato.

 

Y si bien esa noticia se desplegó en los titulares de los principales medios del país, no es la única. Son cientos de asesinatos que todos los días estremecen al municipio de Chocó. Por ejemplo, a José Yuher Palacios, un joven bailarín del grupo ‘Black Boys’, lo mataron en agosto del 2021, en el barrio El Poblado.

 

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Bonice es líder y fundador de la corporación Black Boys. Desde el nacimiento de esta, hace nueve años, ha logrado que niños, niñas y adolescentes encuentren en el baile una forma de expresión, de comunión y un camino alterno a la violencia. A pesar de que son varios los integrantes que han sido asesinados, siguen ejerciendo su labor con brío.

 

“Somos una familia y a pesar de que hemos tenido muchos golpes por la violencia, que nos ha arrebatado a varios integrantes, seguimos resistiendo, porque es lo que hacemos. Si nos caemos, nos levantamos, porque nuestra meta es demostrarle a la nueva generación que a través del arte se resiste”, dice Bonice.

 

En el SIEDCO (Sistema de Información Estadístico, Delincuencial, Contravencional y Operativo) de la Policía Nacional entregado en enero de 2021, se reporta que el número de asesinatos en Quibdó ascendió vertiginosamente. Para el 2019 se reportaba un número de 91 homicidios, en el 2020 la cifra fue de 151 y  el 54 % fueron menores de 30 años y el pasado 18 de noviembre La Oficina de Derechos Humanos de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en Colombia, advirtió que la situación humanitaria en el departamento del Chocó es alarmante ante el aumento de violencia.

Los jóvenes son víctimas y victimarios, es la frase que se repite en todas las esquinas.

“Lo que necesitamos es apoyo, que haya más oportunidades, más empleos, porque si no hay eso los jóvenes optan por lo malo. Si ellos tienen oportunidades se mitiga la violencia, pero si seguimos así, nos vamos a quedar sin jóvenes”, dice Bonice.

“No solo se trata de que exista más fuerza policial y militar o que mi casa tenga que tener más rejas. Necesitamos infraestructura social y artística. Los jóvenes negros de este terriorio están sufriendo unas vulneraciones y parece que a nadie le importa, por eso estamos en la calle y estaremos hasta cuando sea necesario”, agrega Katherin.

 

Cole toca la chirmía en Chumbancha

 

El panorama no es alentador. Hay quienes afirman que los jóvenes son el futuro y si esa frase resulta tan cierta, en Quibdó el futuro se está extinguiendo y a lo lejos lo único que se divisa es una creciente preocupación por la fragilidad de la vida.

“Ser jóven en Quibdó es una amenaza, representa miedo, representa temor. Es aterrador ver cómo la violencia ha llegado para angustiar y oprimir a la juventud”, dice Fady, una de las tantas madres que hoy no se explica cómo perdió a su hijo.

 La sorpresa es que en Quibdó, un territorio en el que se puede oler el desasosiego kilómetros, el arte sigue floreciendo. El teatro, la danza, la música, la producción, el folclor, brotan con opulencia. Pero qué va a pasar cuando ya no haya más deseos de resistir, cuando a los jóvenes no les quede otra opción que huir, cuando el arte no sea suficiente para sobrevivir y las flamas creativas se apaguen. Es urgente unirse al clamor de un territorio preguntar ¿hasta cuándo? y exigir la atención estatal.

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Este texto hace parte del Especial de temporada: Postal desde Quibdó. Un documental para retratar a los artistas que resisten a la violencia que amenaza al territorio. Mira la primera parte AQUÍ, o nuestro canal de YouTube.  

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